Y es que ya pocas veces me acuerdo de ese lugar
denso en la memoria.
Y era mi mano la que cerraba el libro
antes de empezar, de dormirse, de la última hora
que pasábamos juntos. Sin saberlo,
mi vida era ya lo mismo que otra veces,
un recuerdo en el futuro de algo
que después se olvida.
Mañana, ya no estarás cuando regrese.
Me conozco el final
y poco importa tu nombre.
Lear King en los claustros
ResponderEliminarMi reino por un “te amo”, sangrándote en la boca.
Mi eternidad por sólo dos palabras.
Susúrralas o cántalas sobre un fondo real
―agua de manantial sobre los guijos,
saetas que desgarran con su zumbido el aire―
así la realidad hará que sean reales
las palabras que nunca pronunciaste
―¡por qué nunca las pronunciaste!―
y que ultrasuenan en un punto
del tiempo y del espacio
del que tengo que rescatarlas
antes de que me vaya.
Ven a decirme “te amo”;
no me importa que duren tus palabras
lo que la humedad de una lágrima
sobre una seda ajada.
En esta paz reconstruida
―sé que es tan sólo un decorado― represento
mi papel; es decir, finjo,
porque ya he despertado.
Ya no confundo el canto de la alondra
con el del ruiseñor. Y aquí vivo esperándote,
contando días y horas y estaciones.
Y cuando llegues, anunciada
por el sonido de las trompas
de mis fantasmales cazadores,
sé que me reconocerás
por mi corona de oro (a la que han arrancado
sus gemas la urracas ladronas),
por la escudilla de madera que me legó el bufón
en la que robles y arces depositan
su limosna encendida, su diezmo volandero,
el parpadeo del otoño.
Ven pronto, el plazo ya está a punto
de cumplirse. Y no me traigas flores
como si hubiese muerto.
Ven antes de que me hunda
en el torbellino del sueño.
Ven a decirme “te amo” y desvanécete enseguida.
Desaparece antes de que te vea
sumergida en un licor trémulo y turbio,
como a través de un vidrio esmerilado.
Antes de que te diga:
“yo sé que te he querido mucho,
pero no recuerdo quién eres”.
(José Hierro, de Cuaderno de Nueva York, 1998)
"(...) aquí están aguardándote (...)"
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