No sé hasta dónde existes,
hasta qué parte la tela es parte de ti,
hasta dónde es útil tu sonrisa cosida al revés.
Te mueve una mano que saluda o despide
un ojo de cristal que cae o cuelga.
Lo mismo da, por tu brazo roto
se te sale el corazón de espuma.

Me ayudas a dormir...
feliz con una camisa manchada,
un bolsillo descosido, la imaginación intacta.

Vengo a llevarte...
vengo a llevarte como un niño
que lleva su oso roto de la mano
hasta el abrazo.


la cena

             Nadie viene para la cena. En el plato
pongo una naranja llena de angustia
el interior envuelto en zumo la descolora.

             La mitad de las veces hay una mesa
vacía y queda
este silencio. El sonido
del cuchillo al colocarlo
es otra ilusión.

              La mujer
que venía a visitarme se ha marchado,
y todo queda
en esa posición exacta que tienen las cosas
al quedarse.


Y la luz es un golpe en la pared oscura.
Soy de este mundo como lo eres tú.
Las tardes se acaban y aquel hombre
es un niño que crece dándome la mano.
Dándome cuenta estoy envejeciendo.
Morir como muere todo no es nada.

No sale el sol porque no existe el sol

No sale el sol porque no existe el sol
ni algo por donde pueda salir.
Aunque no lo creas
hace tiempo que dejé de creer en las cosas,
átomos empeñados en tocarse
inútilmente
accionan semántica que no existe.

El universo te contiene y yo te oigo-
Quería un país o una voz-
No recuerdo.
Ama como antes,
dicta tu pasado a un niño de primaria,
escóndete mientras cuarenta o treinta años
son una acera de un mercado.
Compra en él una naranja.

Hay un paraguas apoyado en el suelo que me recuerda a ti.
Lo usaré de paraguas cuando llueva.
Marcha a casa
olvida todo
miente.

Yo no nací en el 53

Yo no nací en el 53
y este poema empieza con una canción que se repite.

Espero que comprendas
que la memoria tiene caminos enteros que son nada
y que desordenar el armario ya no funciona.

Hay litros de mentira en este frasco de Lancome que dejas,
y aunque supongo
que debimos apartar la improvisación y la ropa hace unas horas
ya no recuerdo en qué año era.

Los objetos pasan por la vida y se repiten los cuerpos,
pero siempre deberíamos beber coñac contigo a media luna.

Y aunque yo no nací nunca en el 53 pienso
que tú tampoco,
que sólo has existido tres horas y doce minutos
y que ahora yo me quedo esperando el presente,
el resto de los años.

Nueve y cinco

Lamento que tuvieras que levantarte muy temprano
a preparar tu café mientras afuera
el mundo se asoma a la ventana,  tu ventana,
y me ve dormir. Son las nueve y cinco,
el metro a veces apresura tu paso y la distancia
no es más que tu imagen a medio arreglar en el espejo
a “medio” arreglar porque falta una imagen y dejas
aroma de ti en la mesilla y marchas
a otra calle, a otro país, no importa.

Qué más da donde nacieras.
El paseo de la playa sigue estando cubierto de sol
y de personas medio desnudas en verano
mientras las olas chocan y rompen
también en invierno
y  los años pasan y se erosionan igual que la roca
hasta ser arena, polvo y comprendes
que en todas las vidas hay una playa
o no hay una playa
y despiertas
porque no queda nada para la cena.

Suena el teléfono, no soy yo.
La calle de enfrente poco a poco se parece
a la calle que dejas.

Lamento
esta mentira.